La teoría dominante del desempleo es de una simplicidad bíblica: el desempleo es el resultado de una distorsión de precios. El precio del trabajo es demasiado elevado en relación a su productividad e induce a los empleadores a comprar esta mercancía; pero, por otro lado, es demasiado bajo en relación a los ingresos sociales de reemplazo, lo que casi no incita a los desocupados a vender esta mercancía. Como científicos, la misión de los economistas es asumir y enunciar esta dura realidad porque sería en vano querer ir al encuentro de leyes que tienen la misma ineluctabilidad, la misma densidad que, por ejemplo, la ley de la atracción terrestre. Los cuerpos caen, y únicamente la baja del costo del trabajo y de las prestaciones de desempleo permiten la creación de puestos de trabajo.
Este artículo se propone examinar como semejante discurso puede dominar a pesar de su difícil adecuación a la realidad.
El problema con la ciencia, es que es necesario aplicarla.Ahora bien, la economía dominante tiene dificultades para validar este lazo entre salario y empleo que tiende a desvanecerse a partir que se busca señalarlo empíricamente. Sin embargo, es el eslabón faltante lo que permitiría darle a la ideología dominante su máximo de tenacidad. Y por eso la historia reciente de la modelización econométrica puede leerse como una serie de tentativas tendientes a restituir el esquema de base, al precio de incumplimientos cada vez más graves a las reglas metodológicas más elementales.
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