La mayoría de las interpretaciones sobre el colapso financiero que se inició en octubre insisten, de una u otra manera, en verlo como la parálisis de un sistema que a mediano o a largo plazo se habrá de recuperar para seguir funcionando grosso modo como lo había hecho hasta hace poco. ¿Qué tan largo es hoy el “largo plazo”?
(...) Todas o casi todas estas “interpretaciones” –actos de fe, sería un término más preciso– coinciden en que, para impulsar el come back, el “Estado” habrá de ocupar el lugar que le fue negado desde los años 80 en el ámbito de la regulación, las inversiones públicas y las políticas contra el desempleo. Es realmente jocoso observar a un Sarkozy o un Berlusconi, o su copia muy enclenque y desmejorada en Germán Martínez, hablar, como si se hubieran cambiado simplemente de camiseta, de la necesidad de un “Estado fuerte” y una “conciencia de la regulación” para garantizar el bienestar de la sociedad. Hace tan sólo unos meses, estas definiciones eran, en boca de esa misma facilidad retórica, conceptos anacrónicos, vestigios del pasado. Entre chiste y chiste, cuando se escucha al jefe ultra del panismo decir “Estado fuerte”, más vale precaver, pues uno lo imagina visualizando un régimen en el que él encarna la fuerza que suprime toda diversidad.
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